Un libro decidió que lo escribiera,
mejor dicho, que lo publicara.
Durante meses me dictó sus páginas
y no me liberó
hasta verse en este mundo
multiplicado.
Ese espíritu ya se ha repartido
en cada uno de sus hijos.
Me ha dejado como paga:
profundos conocimientos,
inolvidables recuerdos
y mi nombre impreso
en su portada.